miércoles, 10 de octubre de 2007

España se forja en pugna «imperialista» contra el Islam

España, como unidad «compleja», ha tenido identidades cambiantes a lo largo de la Historia.

En tiempos prehistóricos, cuando el territorio peninsular estaba habitado por una serie de bandas, tribus o pueblos que interaccionaban entre sí más o menos violentamente, presentaba cierta identidad visto desde fuera, por ejemplo desde el punto de vista de los invasores fenicios, cartagineses o romanos. Pero dicha identidad no era política sino a lo sumo geográfica o antropológica.

España comienza a presentar una unidad e identidad políticas a partir del momento en que pasa a ser una provincia del Imperio romano, es decir a partir de su constitución como Hispania romana.

Con las invasiones bárbaras la Hispania romana, transformada ahora en Hispania visigótica, refuerza su unidad al quedar claramente diferenciada de otros reinos bárbaros resultantes de la fragmentación del Imperio romano. Y además de su nueva identidad como reino visigodo adquiere la de ser también una parte de la Cristiandad.

La invasión musulmana que tiene lugar a partir del año 711 descompone la unidad política interna lograda por la monarquía goda y con ella su identidad. Comienza entonces la labor de recomposición de la unidad perdida (la de la Hispania romana y visigótica). Algunos fragmentos de esta antigua unidad se constituyen en células de resistencia frente al invasor. Precisamente la creada en Asturias en torno a Don Pelayo desarrolla inmediatamente una estrategia sostenida consistente en «recubrir» paso a paso y en sentido contrario los territorios arrebatados por el Islam.

Es en este proceso de recubrimiento cuando se origina lo que Gustavo Bueno denomina un «ortograma imperialista», es decir, una estrategia, plan o proyecto objetivo (por encima de las voluntades de los sujetos que lo llevan a cabo) consistente en ir abarcando más y más territorios a costa del invasor musulmán e ir organizándolos jerárquicamente. Ideológicamente dicho ortograma se justifica a través de la Idea de Reconquista y de la asunción del título de Emperador por parte de los monarcas asturianos y luego por los leoneses y castellanos.

Durante la Edad Media los distintos reinos, condados o principados cristianos peninsulares se vieron obligados a colaborar entre sí para defenderse de los reinos musulmanes. Y aunque hubo alianzas, pactos y relaciones de vasallaje o amistad entre reinos musulmanes y reinos cristianos jamás se produjeron alianzas matrimoniales entre ellos. Los reinos cristianos peninsulares medievales no forman un mero conglomerado de reinos sino que se da entre ellos una cierta unidad política (koinonía) marcada por el «ortograma imperialista».

Este impulso imperialista comienza por «reconquistar» la perdida unidad visigoda pero, una vez recuperada la antigua unidad, marcada por los límites de la península Ibérica, el «ortograma imperialista» continúa más allá de lo que corresponde a la identidad hispánica original. Debe pasar, pues, a África, donde el Islam sigue viviendo, pero también avanza hacia Poniente (hacia el océano Atlántico), con el fin de circunvalar la Tierra (que por entonces ya se sabía que era esférica) y «pillar a los turcos por la espalda».

Y es que el «ortograma imperialista» no puede detenerse una vez recuperada la unidad originaria peninsular. No se trata de una mera estrategia defensiva frente al Islam invasor. Es un proyecto de expansión indefinido que no sólo ha de «recuperar» el territorio perdido sino que ha de «recubrir» por completo al invasor musulmán. Esta actitud sólo puede ser entendida desde la tesis según la cual entre el Cristianismo y el Islam no cabe diálogo posible, son incompatibles.

La gran importancia que para nosotros tiene la identidad que por entonces España adopta como «entidad imperialista» (en su intento por detener, expulsar y finalmente recubrir al Islam) radica en que lo que hoy llamamos España, su identidad actual, deriva directamente de allí. Mientras que la Hispania romana o visigótica ya eran España pero sólo en un sentido material es a partir del momento en que los primeros reyes asturianos adoptan el ortograma imperialista cuando «España comienza a existir como entidad política, con identidad plena».

Como dice Gustavo Bueno en «España no es un mito»:

«La unidad conformadora de España fue, según esto, desde el principio, una unidad expansionista (imperialista). (…) Los reyes de Oviedo fueron precisamente quienes conformaron este tipo de unidad expansionista (imperialista) sobre la cual se moldearían más tarde la unidad y la identidad de España: cuando el reino de Alfonso I el Católico, el de Alfonso II el Casto y el de Alfonso III el Magno fue creciendo y cuando se expandió a través de Alfonso VI y Alfonso VII el Emperador, hasta el punto de que pudo comenzar a ser percibido, desde fuera (etic), desde Provenza, como una realidad formada no por hispani, sino por españoles.

Pero esta unidad conformadora, así moldeada por los nuevos hechos, sólo pudo llevarse a término porque pisaba sobre una realidad conformada previa, a saber, la unidad lograda por los visigodos y, antes aún, por los romanos». (pág. 70-71)

«La idea de Re-conquista define con precisión el proceso mediante el cual España comienza a existir como entidad política, con identidad plena, pero con unidad no fija, sino en expansión constante e indefinida, en virtud precisamente de su identidad católica, universal. Una expansión que debería recuperar, ante todo, la cuenca ibérica, ocupada en su mayor parte por los sarracenos, pero sin tener que detenerse al llegar a sus límites, porque su identidad le impulsará a desbordarlos, incluso cuando el Islam, siglos después, haya sido arrojado del último reducto de la “cuenca”, el Reino de Granada». (pág. 74)

El inesperado descubrimiento del continente americano tiene lugar como consecuencia del desarrollo del «ortograma imperialista» (en la estrategia de avanzar hacia Poniente, circunvalar la Tierra y pillar a los turcos por la espalda). Es entonces cuando España se convierte en un Imperio efectivo y su identidad adquiere una nueva dimensión que es la de ser núcleo central de la Comunidad Hispánica que se extiende hasta rodear toda la Tierra.

Felipe II se desvincula por fin del Sacro Imperio Romano Germánico que había heredado su padre Carlos I y con el que, siglos atrás, ya había coqueteado Alfonso X el Sabio. De este modo el Imperio Católico Español se convierte en el «Imperio realmente existente» y toma el nombre de «Monarquía hispánica» para evitar confusiones con el coexistente Sacro Imperio. Es ahora cuando España comienza a ser «temida y odiada» y cuando sus enemigos comienzan a gestar la Leyenda Negra.

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